Atrio de la Alhambra
La localización estratégica del futuro Atrio de la Alhambra, entre los aparcamientos y el acceso al conjunto monumental por el Paseo de los Cipreses, forma parte de un soporte topográfico y paisajístico muy marcado por las sucesivas culturas históricas a lo largo de varios siglos desde su fundación nazarí. En la convergencia de las dos líneas de agua que, a Norte y a Sur, delimitan el magnífico promontorio amurallado de la Alhambra. En este lugar confluyen todos los visitantes, en su mayoría, llegados en vehículos que se ordenan en las vastas plataformas de estacionamiento público del futuro Atrio.
Todo el sistema topográfico al Este de la colina de la Sabika, sobre la que se asienta la Alhambra, se distingue por un tipo de ocupación en plataformas escalonadas de las cuales las extensas áreas de aparcamiento son las más recientes. Estos cerros con sus pendientes acentuadas son originalmente construidos con todo el sistema vital de abastecimiento hidráulico a la Alhambra que se traducen en geometrías de plataformas excavadas y construidas entre depósitos y acequias subterráneas o a cielo abierto, albercas, aljibes o simplemente plataformas de cultura agrícola o de jardines y edificios de El Generalife. Los nuevos contornos construidos interfieren con el soporte geográfico natural, geometrizando curvas de nivel, creando nuevas plataformas y volúmenes, introduciendo otros materiales y texturas entre planos de agua, cubiertas inertes o verdes. Este paisaje construido a lo largo del tiempo caracteriza el Cerro del Sol y sus laderas. Es, de alguna manera, distinto del paisaje intramuros de la Alhambra, bastante más denso de jardines, palacios, fortificaciones, medinas, es decir, de una arquitectura y de un paisajismo fuertemente sensorial pero también más urbano y cosmopolita.
Hay una relación histórica vital entre estos dos paisajes que contemporáneamente se retoma. Así como del Cerro del Sol y sus laderas llegaba entre otros el vital abastecimiento de agua de la Acequia del Generalife, hoy en este mismo particular paisaje convergen los flujos, igualmente vitales, de los nuevos nómadas del turismo cultural. Para quien llega y se detiene dispuesto a iniciar la deseada visita es sugerente poder intuir o descubrir, a partir de su tiempo actual, ese paisaje específico en todo su espesor temporal e histórico.
El objetivo es trasformar la secuencia de llegada, la acogida y la iniciación de la visita en un dispositivo topográfico, paisajístico y arquitectónico: el Atrio. Bajando de las paratas de aparcamiento el descubrimiento de una plataforma topográfica, de una excepción geometrizada en la pendiente natural, es una singular textura en el paisaje, apropiable y practicable.
La intervención es topográfica -no un edificio que llena el paisaje- una lectura, en primer lugar, de una topografía, como fue la elección del posicionamiento de la propia Alhambra. Jugando con zonas aterrazadas (grandes jardines, plataformas) se crea un mundo-entrada a un espacio habitado, sin consecuencias exteriores. Se interviene sin imponer una nueva presencia donde la historia con su peso ya inscribió su larga existencia.
La amplia rampa que lateraliza el nuevo Atrio y la estrecha grieta en el terreno, revelan progresivamente una tectónica potente que construye paisaje a medida que va anunciando una apelativa interioridad. Dos muros ciclópeos penetrables convergen en una residual e improbable bóveda. Como robustas raíces de un jardín suspendido, se intuye una espacialidad habitable que nace de ese suelo específico en demanda de un cielo.
En el límite de la memoria, se excava el espacio y la luz y, con ella, la espesura del tiempo. Se proyecta con libertad a partir de espacios de centralidad, diseñando un espacio preciso, que en la historia corresponde a una indiferencia en el resultado volumétrico que aquí se mantiene con la libertad de la sustracción sin una matriz exterior.
Una amplia plaza (75x30m) porticada en su perímetro, reconocible desde el primer instante, caminando sobre una textura de pavimentos recortados por finas juntas de agua subterránea, se articula en uno de los lados con un hipogeo girado y cuadrado también accesible desde el exterior por una grieta vertical, ahora abierta al cielo. A la matriz espacial claramente horizontal del atrio central, se contrapone una retícula variable de registro vertical constituida por un sistema de cúpulas que van a crear ámbitos autónomos e identificables de conjuntos programáticos que serán predispuestos con gran flexibilidad en el pavimento central como un cielo construido.
El uso del sistema de cubierta modulado, nos referencia claramente al mundo de los techos y cubiertas de la Alhambra, eligiéndose éste como uno de los aspectos más relevantes de la visita del monumento. Prácticamente muda en el exterior, espectacularmente rica en el interior, el análisis de la espacialidad de la Alhambra como conjunto se concentra en su interior. La sucesión de diferentes espacios, caracterizados por sus artesonados y abovedados produce esa sensación de independencia espacial y riqueza arquitectónica que envuelve al visitante en todo el conjunto, concentrando principalmente el protagonismo en sus techos. El hecho de percibir la Alhambra como una sucesión espectacular de cielos exteriores y “cielos interiores”, estimula el empleo de un sistema basado en elementos de cubierta, que confieren un lenguaje altamente plástico hacia el interior.
Un único elemento como la cubierta, con la fuerza plástica de cada módulo que la conforma, es capaz de generar una secuencia espacial que recuerda la sucesión característica de la Alhambra de espacios independientes. El interior del Atrio se constituye en un espacio continuo de gran profundidad donde, sutilmente, se puede percibir cómo los elementos de cubierta determinan las diferentes partes del programa. Mediante el uso de celosías y mobiliario se insertan las diferentes partes públicas del programa. La secuencia de espacios es capaz de conducir al visitante por un recorrido de diferentes escalas y, por tanto, de diferentes sensaciones y sonoridades.
La vivencia de este rico interior se completa en el modo en que el mismo se relaciona con el cielo o, en otras palabras, cómo el cielo se derrama en su interior. Una dispersión de patios de distintas dimensiones -ocupando los mayores los extremos del atrio- convive con un extenso cribado de agujeros luminosos que introducen una luminosidad más extensiva y vibrátil entre columnas de luz y reflejos en las cúpulas y pavimentos. El propio movimiento sobre la plataforma practicable proyectando sombras movedizas puede provocar un efecto luminoso centelleante. En esta conexión vertical perforada con el cielo, su luz es vital en la vivencia temporal de estos espacios. El sonido del ajetreo de los visitantes amortiguado en las cúpulas completará la experiencia emocional de la visita al Atrio de la Alhambra.
Como movimientos de este nuevo nomadismo, las personas, individual y colectivamente, demandan la experiencia de la Alhambra por diversas razones y motivaciones. De los más apresurados y distraídos, apenas movidos por la atemporalidad del entretenimiento, a los más atentos y sensibles, quién sabe si buscando experiencias creativas y trasformadoras, todos transitarán por el futuro Atrio.
¿Qué tipo de vida habitará estos espacios?
El proyecto propuesto pretende crear las condiciones posibles más estimulantes. La especialidad sensorial, la atmósfera vibrante y arquitectónica de la propuesta, pueden invocar la espesura de un tiempo de inmersión en la experiencia fascinante de vivir más intensamente el viaje al monumento de la Alhambra, o a su “momentum” en toda su plenitud.